FONDO DE INFORMACIÓN SOBRE LA COMPARSA DE GIGANTES Y CABEZUDOS DE PAMPLONA
EDITADO POR EL GRAN HOTEL LA PERLA

HASTA 1860

LOS ANTEPASADOS DE NUESTROS GIGANTES

Texto: José Joaquín Arazuri
("Los Gigantes de Pamplona", 1984, págs. 18-27)


SIMBOLISMO

De los gigantones y enanos, también llamados gigantes y cabezudos o gigantillos, se desconoce el origen de la costumbre de pasearlos públicamente por las calles de pueblos y ciudades, sobre todo, delante de procesiones y festejos religiosos.

Hay quien piensa que los gigantes representan a los reyes y poderosos de la tierra rindiendo vasallaje a Dios Nuestro Señor, y los enanos a la idolatría y a seres infernales que huyen de Él. Para unos simbolizan el paganismo y los vicios vencidos por el cristianismo, y su marcha delante de las procesiones, representa la huída delante del Santísimo Sacramento. Para otros, encarnan a los fuertes y débiles humillados ante la omnipotencia del Señor.

Nuestros actuales gigantes, se dice "representan, en primer lugar, al Rey de nuestra patria con corona y cetro (cuando los construyó Amorena los denominó representantes de Europa), símbolo de su realeza; sigue el turco con su media luna y corvo alfanje; el árabe, envuelto en blanco albornoz; y en último término, el rey negro adornado con plumas de brillantes colores y su aljaba provista de flechas".

Sea o no verdad lo dicho, la realidad es que para nosotros, los pamploneses, los gigantes son desde nuestra más o menos lejana infancia, unos entes queridos y añorados durante todo el año esperando que lleguen los Sanfermines.


¿PRIMEROS GIGANTES PAMPLONESES?

Arturo Campión en su novela histórica Don García Almorabid describe la animación de la mañana de San Fermín al salir la procesión de la Catedral. En su texto resalta lo siguiente: "...Sobre el nivel de la muchedumbre aparecían tres gigantones de madera, toscamente esculpidos: Pero-Suciales, el carbonero que cambiaba sacos de carbón por pellejos de vino; Mari-Suciales, la leñadora que con el hacha corta tortas de centeno; y Jucef-Lucurari, personificación de la antipatía a los judíos, grotesco monigote negro vestido de amarillo, con turbante blanco, enorme rabo enroscado al cuello, y boca desmesuradamente abierta, de la cual pendían, a medio engullir, dos gorrinillos de leche". ¿Mentira?, ¿verdad?, ¿fantasía novelesca?... Hay, no obstante, indicios de una posible verosimilitud. Iturralde y Suit recoge datos muy interesantes del antiguo convento de la Merced, en los cuales, como veremos más adelante, existen pruebas documentales de aquellos hipotéticos y primitivos gigantes pamploneses.
El convento de Santa Eulalia o Santa Olalla de los Mercedarios Calzados, fue fundado en 1232 en una casa donada por Sancho VII el Fuerte en el llamado "Campo del Arenal", hoy Parque de la Taconera, frente a la iglesia de San Llorente o San Lorenzo, fuera de los muros del burgo de San Cérnin. En muy poco tiempo, en los terrenos hoy ocupados por el Bosquecillo, se levantó el referido convento con su correspondiente iglesia y un magnífico claustro de singular importancia, ambos de estilo ojival primario. De aquél convento, derribado en 1552, dice Iturralde y Suit textualmente: "...es totalmente interesante para la historia del arte el hallazgo de los documentos relativos a las pinturas murales del Monasterio de Santa Eulalia de Pamplona que yacían ignorados en los Archivos del Reino o Diputación Foral de Navarra".

De las pinturas al aceite que decoraban el cenobio, destacaba la "Danza Macabra" que, según decían, era por su calidad única en España. De ellas escribió el ilustre historiador, arqueólogo y pintor pamplonés lo siguiente: "Al lado de la pared de la iglesia, hacia la parte de San Lázaro (iglesia extramural derribada en el siglo XVI para construir la Ciudadela), estaba un porche y había en él una danza de animalias de figuras perfectas y hechas de buena mano, proporcionadas y pintadas de pincel al aceite, y en el principio de la dicha danza estaba una figura como de Fraile con un escrito de hasta nueve o diez renglones en lengua castellana, exhortando y llamando a todos los que quisieran ir a ver aquella danza nueva y sentencias arto buenas".
"Y luego estaba la mona por tamborín y el gato por rabitero. Y el ratón por atambor. Y estos tres tenían un rótulo diciendo que era grosero y material quien a tal son no sabia danzar".
"Y luego estaba por guía de la dicha danza, el asno, y después tras él el león. Y luego el buey. Y después el puerco. Y tras él el caballo. Y luego la mula. Y después el cabrón, y después el perro. Y después el raposo. Y después el lobo. Y después la sierpe. Y después la oveja. Y después el camello. Y cada animalia tenía sobre sí dos versos en lengua castellana escriptos declarando su condición e inclinación natural". A continuación viene el texto alusivo a los personajes que Campión convierte en gigantes: "Y después, luego, estaban tres figuras de Marisuciales y su hija, y Perosuciales con una bota de vino, como que estaban bebiendo, y con sus escriptos en versos castellanos significando el contentamiento y gloria que tenía en tener la bota llena de vino y tenerla así en medio".


Después de lo expuesto cabe preguntarse: ¿Perosuciales y Marisuciales fueron gigantones o fue una interpretación novelesca de Campión nacida de la descripción documental de Iturralde y Suit?.


No lo podemos conocer a ciencia cierta, y nos queda la duda de si aquellos personajes fueron los primeros gigantes de Pamplona. También hemos de considerar que si aquellos gigantes existieron en 1276, tenían que ser de la Catedral o de la Ciudad de la Navarrería, la auténtica Iruña que viejos documentos demostraron su existencia muy anterior al Burgo de San Cernin -llamado por antonomasia "el Burgo"-, y la Población de San Nicolás -denominada "la Población"-, burgos, o pequeños núcleos urbanos, que cual tumores malignos, aquél preciso año de 1276 destruyeron y arrasaron la Navarrería. ¡Quien les iba a decir a los pocos supervivientes de la matanza que padecieron los navarrerianos, que siete siglos más tarde, algunos de sus descendientes, intentarán degradar el actual barrio de la Navarrería motejándola con el título de "burgo"!, ¡ironías de la Historia: llamar burgo a la antigua Ciudad de la Navarrería, a la antiquísima Iruña!.


VARIEDADES DE GIGANTES

1º.- Gigantes de la Catedral. Pertenecían a su Cabildo y precedían a ciertos cortejos religiosos.


2º.- Gigantes municipales. Desde hace siglo y medio son los únicos existentes en la actualidad. Son propiedad del Municipio y desfilan por las calles en las grandes solemnidades, fiestas y en la procesión el día de San Fermín.


3º.- Gigantes de fuego. Eran armatostes simulando a los gigantones. Se rellenaban de toda clase de fuegos de artificio y eran quemados en la plaza de toros al final de las corridas. Creemos que con el tiempo sustituyeron al salvaje festejo de soltar en el ruedo un toro vivo cubierto de cohetes que encendían al salir la res a la arena. La noble fiera moría chamuscada ante el regocijo de la muchedumbre. En el siglo XVI y XVII hay datos de quemarse gigantes además del toro vivo.




COMIENZA LA ERA DE LOS GIGANTES

Según José Mª Corella, en la segunda década del siglo XVI es cuando aparecen por primera vez los gigantes bailando delante de la procesión de San Fermín.
Los datos documentales que hemos hallado son innumerables a partir de 1600 en que se pagaron a Miguel de Burlada y sus consortes cuarenta reales "... por andar con los gigantes el día del bienaventurado señor San Roc, a regocijar su fiesta por toda la ciudad".
En 1628 un testigo presencial de los Sanfermines, don Jacinto de Aguilar y Prado, describió nuestras fiestas con toda clase de detalles. Entre otras cosas dijo: "También hubo su poquito de gigantes (se refiere a las Vísperas), porque ya parece que faltaba grandeza a la fiesta si la de estas antiguallas no lo acreditaba". Al final de la descripción de la corrida de toros añade: "Después de acabados los toros, entraron muchos gigantes con los artificiosos fuegos, que mereció ser alabado el ingeniero que tan bien los dispuso".
En 1632 había ocho gigantes, tan deteriorados, que se precisó la intervención del pintor Alonso de Logroño y Bega.


NUEVOS GIGANTES EN EL SIGLO XVII

Los gigantes de Pamplona a mediados del siglo XVII estaban completamente deteriorados. No sucedía entonces como en la actualidad, en que los componentes de la Comparsa cuidan y miman a los gigantes y cabezudos como a hijos propios. En 1650, en un incendio los gigantes fueron destruidos en parte. En 1657 quedaban ocho gigantes y dos gigantillas en pésimas condiciones, una de las cuales fue preciso componer y restaurar en gran parte.

En el invierno de 1656-57, fue precisamente cuando el Ayuntamiento tuvo noticias de que en Tolosa se habían construido unos gigantes nuevos que tuvieron éxito. Ante aquella noticia se tomó el acuerdo de enviar a dicha villa guipuzcoana un propio con una carta solicitando la elaboración de unos gigantes similares a los de Pamplona, enviando con el emisario la cabeza de uno de nuestros gigantes. Con el tiempo justo para inaugurarlos en los Sanfermines llegaron a nuestra ciudad los ocho gigantes y dos gigantillos construidos por el artista llamado Francisco de Azpillaga. La sensación en aquellas fiestas fue la nueva comparsa.

Durante aquél verano se fueron pagandos los diversos gastos ocasionados por la elaboración de la nueva Comparsa, y que en síntesis fueron:

Por las 8 cabezas de gigantes y dos de gigantillos: 1428 r.
Acomodar las coronas y tocados: 198 r.
Regalo al Sr. Azpillaga: 124 r.
Al sastre Miguel de Olaverri: 1100 r.
A M. Baguín por los velillo, panes y cabritilla de plata: 200 r.
A Francisco de Clavería por las 8 coronas de hojalata: 24 r.
A Juan Beltrán de Andueza, por anjeo y otras cosas: 750 r.
A Marín de Arbizu, carpintero, por el armazón de los gigantes: 240 r.
TOTAL: 4064 r.


PERIODO DE TRANSICIÓN

Los pamploneses estaban contentos con sus nuevos y flamantes gigantes. Para portadores buscaban gente robusta y sufrida, por ser preciso suficiente fortaleza para llevar y danzar durante horas aquellos gigantones. Durante años contrataron a Juan de Villanueva y a varios labradores más, vecinos de Pamplona, pagándoles 121 reales cada vez que salía la comitiva. 
Por aquella época Martín de Arbizu, maestro carpintero, cobraba 54 reales "...por su salario de vestir y desnudar a los gigantes y gigantillos".


REPARACIÓN GENERAL

Cuando los gigantes de Azpillaga alcanzaron los 29 años de edad, precisaron un repaso general, comenzando por confeccionarles trajes nuevos. A Juan de Muru, mercader pamplonés, se le compraron: seis piezas, de 92 varas cada una, más 38 varas y media de tela roja y blanca; su coste ascendió a 766 reales y un cuartillo. Se pagaron también 172 reales por la confección y los "perendengues" (adornos de poco valor) de los vestidos de los ocho gigantes y dos gigantillos. Por pintar y encamar las caras y coronas de los gigantes se desembolsaron 558 reales y 40 reales por colocarles "cabelleras" nuevas.


LOS GIGANTES ACOMPAÑADOS DE SALTERIOS

Como curiosidad anecdótica recogemos el dato de que en los últimos años del siglo XVII era costumbre acompañar a los gigantes con música de salterio.


DECADENCIA DE LOS GIGANTES

Así como ahora estamos en una época que podríamos llamar de gigantofilia, en el siglo XVIII se fue perdiendo paulatinamente la simpatía y la afición a las comparsas de gigantes y gigantillas, hasta el extremo de que a mediados de aquella centuria se pierde la costumbre de sacar gigantes en procesiones y festejos públicos. De la gigantofilia se pasó a la indiferencia, y de esta a la gigantofobia, por considerar su presencia en las procesiones como una irreverencia inadmisible. Aquella desafección culminó el 10 de julio de 1789, con la promulgación de Carlos III de España de una R.O. por la que "...en ninguna iglesia de estos reinos, sea catedral, parroquia o regular, haya en adelante danzas y gigantones, y cese del todo esa práctica en procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conforme a la gravedad y decoro que en ellas se requiere".


DESAPARICIÓN DE LOS GIGANTES DEL AYUNTAMIENTO

Con la dicha R.O. de Carlos III, los gigantes de la Ciudad se arrinconaron, posiblemente, en un almacén municipal, en donde, con los años, se fueron deteriorando hasta el extremo de desaparecer los ocho gigantes y los dos gigantillos.

No sucedió lo mismo con los seis gigantes de la Catedral -que hasta entonces los sacaban en las procesiones del Corpus y Virgen del Sagrario- que, como ya hemos dicho, fueron arrinconados, pero no maltratados, en uno de los múltiples cuartos y rincones existentes en la Iglesia Mayor.


RESURRECCIÓN DE LOS GIGANTES DE LA CATEDRAL

En 1813, cubiertos de polvo de 33 años, resucitaron de su ostracismo los seis gigantes de la Catedral. El hecho fue escrito por el Secretario Municipal don Luis Serafín López de Urrelo en el Libro de Oro de la Ciudad con las siguientes palabras: "Gigantes. Muchos años no se habían sacado y así es que los que tenía la Ciudad se hicieron pedazos. La Catedral conservaba los suyos aunque arrinconados" (...) "Cuando después de la Guerra de la Independencia se vio libre esta Plaza de la guarnición francesa en noviembre de 1813, después de haber sufrido un sitio de cuatro meses en el que me hallé dentro de esta Plaza, hubo iluminaciones la noche de la entrada de las tropas españolas. Corriendo yo, el Secretario, las calles, llegué a ver la iluminación de la Iglesia Catedral y vi que dentro del atrio se paseaba con mesurado paso un gigante; como yo no había llegado en mi niñez a verlos, me llamó la atención y me agradó".

"El Auditor de Guerra -continua el Secretario Municipal- al tiempo don Manuel Subiza y Armendáriz, llegó al paraje y ambos, como dos niños, estuvieron largo rato con otras gentes que llegaron, entretenidos un rato, porque el maestro carpintero que lo llevaba le dio varias vueltas y nos hizo recordar lo que habíamos oído a nuestros padres de los gigantes".

"Puerilidad será. Pero esta puerilidad es causa de que después, por San Fermín, se hayan sacado todos los años los gigantes y es menester confesar que los primeros años divirtieron mucho. Más en el día se han hecho tan comunes, que no tienen mérito mas que para los muchachos y aldeanos".

Así es como la Ciudad obtuvo, de prestado, una nueva comparsa de gigantes, a los cuales, aún después de ser de su propiedad, se continuaron llamando siempre "los Gigantes de la Catedral". 


¿CÓMO ERAN LOS GIGANTES DE LA CATEDRAL? 

Tenemos noticias de aquellos gigantes por un testigo presencial, un inglés que estuvo en los Sanfermines de 1835 -fiestas mutiladas por faltar las corridas de toros a causa de la guerra- y nos dejó constancia de ellos en uno de los tomos que publicó en Londres, con el título Scenes and adventures in Spain from 1835 to 1840, obra que firmó con el pseudónimo de "Poco más". El capítulo referente a Pamplona fue conseguido y publicado por José María Iribarren en Pamplona y los viajeros de otros siglos.

De los "gigantes de la Catedral" dice que eran tres parejas: "...el Rey y la Reina de los moros con sus caras negras, largas narices y labios gruesos; otro par constaba de un Turco y una Turca cubiertos por llamativos turbantes y ceñidos por falas de color verde brillante, con narices respingadas que daban a su fisonomía un aspecto muy irascible". Los otros dos gigantones, según el inglés "asemejan a Gog y Magog, tal y como están representados en el Ayuntamiento de Londres". Como aclaración añadiremos que Gog, rey bíblico, es mencionado en una profecía de Ezequiel. En el Mediervo, Gog se anteponía a Magog que simboliza impiedad. 

"Poco más" cuenta cómo se realizaba el relevo de los portadores cuando uno se cansaba de bailar: "...abre una ventanilla abierta en la armadura, siendo esta la señal para ser relevado por otro que continua la danza".

Iribarren recoge además del texto del inglés lo siguiente: "En la función de Vísperas los gigantes salían de la Catedral, acompañando al Ayuntamiento y al Cabildo, y rodeados de una tropa muy ruidosa de muchachos. Para abrirles camino trota delante de ellos un hombre, con una gran cabeza de cartón y una varita de la que pende un par de botanas hinchadas, con las que pega a todo el que se le pone delante. De esta manera, llega el cortejo al Ayuntamiento, donde los gigantes son colocados en fila, como si fuesen centinelas, estando así una media hora, y regresando luego, en el mismo orden, a la Catedral".

"Poco más" confunde y mezcla: el Cabildo nunca ha ido a buscar al Ayuntamiento, sino éste al Cabildo para celebrar la procesión el día de San Fermín. El Cabildo no ha asistido jamás a la función de las Vísperas. Sí, es verdad que, en 1835, los Gigantes salían de la Catedral, ya que en ella se guardaban y, como ahora, acudían a la plaza Consistorial para acompañar a la Ciudad a San Lorenzo.

También cuenta el británico una anécdota accidental que él confunde con un acto tradicional. Es indudable que al salir los gigantes de la Iglesia Mayor bailaban una danza al son del chistu y tamboril en el atrio. Durante el dicho baile, según "Poco más", "...la Reina de los Moros cae violentamente al suelo, entrando su cara en contacto con el umbral de la Catedral. Inmediatamente se levanta, pero el problema queda resuelto sin que cambie el negro color de la piel del rostro de su Magestad". ¡Si el británico hubiese oido y entendido la sarta de tacos que habría lanzado el portador de la Reina Mora al caerse, no hubiese pensado que aquello estaba programado!. Tampoco sabía que al cabezudo de las botanas le llamaban en Pamplona Serona y Bocapartera.


EL CABILDO CATEDRALICIO REGALA A LA CIUDAD LOS GIGANTES

El 16 de julio de 1839, el Cabildo de la Catedral escribe al Alcalde la siguiente carta:

"M.I.Sr. El estado de penuria a que se ve reducida esta Santa Iglesia, y las irreverencias que en el santo Templo suelen inevitablemente cometerse cuando se saca al público los gigantones, cuyo uso en las fiestas y procesiones eclesiásticas se halla prohibido por R. Decreto de 1780, llamaron a la debida consideración del Cabildo; y palpando la necesidad de desprenderse de dichos muebles, ya para precaver el decoro de la Casa del Señor, ya para economizar gastos supérfluos que le producían y para que no está el día, ha determinado confirmar la constante atención que le merece esa Ilustre Corporación ofreciendo a su disposición el agasajo de los tales gigantones, según existen actualmente, lo que en su nombre tenemos el gusto de participar a V.S. Si V.S. acepta esta dádiva, se promete el Cabildo se servirá de providenciar que su traslación a otro local se verifique antes de San Fermín, y de suerte que se eviten los desacatos que quiere remover, lo cual se considerará, sin duda, poniéndose de acuerdo con el Capitular".

El Ayuntamiento contestó a los cuatro días al Cabildo aceptando el obsequio, manifestándole al mismo tiempo el debido agradecimiento por su generosidad. Además, les comunica que la traslación de los gigantes se hará a las aulas de Gramática. Indudablemente se refería al caserón de la Compañía, que hacía dos años, por la desamortización, estaba pendiente de uso. Aquél antiguo convento de los Jesuítas se convirtió al poco tiempo en el llamado "Cuartel de la Compañía", como residencia de un Regimiento de Infantería.


RESTAURACIÓN DE LOS ANTIGUOS GIGANTES DE LA CATEDRAL

Aquellos gigantes estaban deteriorados, por lo que al año siguiente, 1840, el Ayuntamiento pagó las siguientes facturas:  

"Al sastre Francisco Ayala por deshacer y volver las capas, sayas y guarniciones, lavar y planchar todos los trajes, desnudar y vestir dichos gigantes, empleándose un día y cinco oficiales y otros varios ratos". 

Al guarnicionero Bonifacio Yoldi, "... por echar las correas con las hebillas a los gigantes". También cobró por el trabajo de la Bocapartera, el caballo, y otros reparos. En aquella época no se les llamaba kilikis ni zaldikos.

Miguel Sanz y Benito restauró cuatro cabezas rotas, renovándoles "la encarnación"; así mismo reparó y "renovó la encarnación" de diez manos rotas, retocó ligeramente los demás, y confeccionó el collar para el negro, y doró el toisón del rey turco.


DATOS TESTIMONIALES DE 1850

Augusto Emilio Bégin, francés de nacimiento, médico de profesión, y arqueólogo y literato por afición, escribió un libro titulado Voyage pinttoresque en Espagne et en Portugal, recogiendo sus impresiones del viaje realizado en 1850 por ambos países. De los gigantes de Pamplona y sus fiestas escribió lo siguiente: "Se ve afluir a todos los montañeses con su traje regional, sobre todo el 7 de julio para la Feria de los Gigantes, figuras de 12 a 15 pies que representan a los Moros y a los Normandos (?), y que, después de una visita a la Casa Ayuntamiento y de una danza ejecutada ante la Catedral, van a rendir devoto homenaje a San Lorenzo (quería decir a la iglesia), donde se guardan las reliquias de San Fermín, patrón de la ciudad". 

Por lo dicho se infiere que el texto alude a la asistencia de los gigantes a la comitiva del pueblo y la Ciudad para asistir a la solemne función de las Vísperas. El texto no coincide con el del inglés "Poco más", el cual asegura que los gigantes, durante la función de las Vísperas, se quedaron en la plaza Consistorial. La versión de Bégin es más aceptable, ya que en innumerables documentos de los siglos XVI al XX, se atestigua que "...los gigantes y todas las clases sociales del pueblo acompañaban a la Ciudad a la iglesia de San Lorenzo"


ÚLTIMA ACTUACIÓN DE LOS VIEJOS GIGANTES DE LA CATEDRAL

En los primeros meses de 1860, con motivo de la toma de Tetuán y entrada en la ciudad de la tropa procedente del ejército de África, se celebraron festejos públicos y salida de los gigantes. El Ayuntamiento pagó a la Viuda de Ignacio de Corta, maestro-carpintero, 157 reales de vellón por arreglar los armazones, ayudar al sastre a vestirlos y desnudarlos, recoger los trajes, y por clavos, cuerda, y listones utilizados.


FIN DE LOS GIGANTES VIEJOS

El 30 de junio de 1860, el Ayuntamiento pagó al maestro pintor Tadeo Amorena, con taller en la calle Estafeta 9 y 11, la cantidad de 3600 reales de vellón por "...la construcción de dos gigantes nuevos para las próximas fiestas de San Fermín, los cuales representan a Europa".

El 9 de junio del mismo año, se pagó al mismo Amorena 6.000 reales de vellón por seis gigantes nuevos "...entregándole además el Ayuntamiento los seis gigantes viejos que tenía en su poder".

¿Que hizo Tadeo Amorena con aquellos seis gigantes?. Hay indicios de que los vendió y pruebas de que lo intentó: ¿cómo?, ¿cuando?, ¿a quien?. No hemos podido averiguarlo, aunque sí hay constancia de que a partir del 18 de julio de 1860, durante varios días, apareció publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Navarra, nº 87 y siguientes, el presente anuncio: "Los seis gigantes y dos cabezudos que se ha desajenado el Ayuntamiento de Pamplona se hallan en venta; el que desee hacer con ellos se dirigirá al encargado de León Giménez, calle de la Estafeta, nº 6". ¿Se vendieron?.


                                          José Joaquín Arazuri